De pie, en el borde de la pileta con un flota-flota color violeta atado en la cintura, literalmente, tiembla. No puede controlar esos ligeros espasmos que le sacuden las piernas cuando se acerca su turno para tirarse. Yo había entendido que Mateo se tiraba solo y que había que agarrarlo una vez que estuviera en el agua. Sin embargo, ese temblor, sus labios apretados, los brazos pegados al cuerpo y su silencio que retumba entre las voces de sus compañeros que charlan mientras esperan su turno, me indica que necesita algo más.
Para quienes estamos en la coordinación de la colonia, nos resulta un poco difícil generar un vínculo con todos los chicos. A muchos ya los conocemos de las clases o de colonias anteriores, pero cada verano se suman caras nuevas, con sus historias, su necesidades y personalidades. En algunos casos, no nos alcanza este mes y medio para conocerlos en profundidad. Sabemos lo que vemos y lo que sus profes nos cuentan, pero no es lo mismo que estar las cuatro u ocho horas diarias en contacto permanente. Hoy me metí a la pileta para dar una mano y porque hacen treinta y siete grados (no sé si en ese orden). Elegí hacerlo en la pileta profunda, con el grupo de los más grandes a quienes por su autonomía suelo visitarlos menos. Ahora, desde el agua que me llega al cuello mientras doy patadas para mantenerme a flote, tengo en frente las piernas titubeantes de Mateo.
Para tirarse, les dije que armen una fila de cinco cerca del borde. El resto espera adentro del agua. Amparo se tiró de algo similar a una bomba, Astor de palito, Uli de un clavado casi perfecto y Bruno también de una bomba muy efectiva que salpicó a todos. Es el turno de Mateo que envuelve su cuerpo con sus brazos como si él mismo se diera un abrazo. Nado hasta quedar cerca de él, a una distancia que representa, para mí, un pequeño salto. Le digo que cuando se tire yo lo voy a agarrar, pero casi no me conoce. No esperaba que estuviera yo para recibirlo si todos los días anteriores estuvo su profe. Hasta hoy, solamente cruzamos el hola y chau cotidiano y algún que otro chichoneo eventual y pasajero. Sin embargo, el agua lo llama y algo en él no quiere perderse el turno de salto. Sonríe nervioso mientras se acerca al borde. Le extiendo las manos para que me agarre y se tire, Dale, Mate, Yo te sostengo. Duda solamente un instante, me agarra fuerte, cuento tres y da un paso hacia el agua que no es lo mismo que saltar. El flota-flota y la poca altura del salto hacen que la cabeza no toque el agua. Él igualmente infla los cachetes y aprieta los ojos. Le suelto las manos y lo felicito por el salto y con un nado algo desesperado va de inmediato hacia la escalera.
Ahora el juego es de reacción. Se paran de a tres en el borde y van a saltar solamente cuando yo mencione una fruta en la serie de palabras que voy a decir:
—¡Perro! ¡Casa! ¡Mueble! ¡Mojarrita! ¡Lechuga! ¡Naranja!
Pedro reconoció la fruta en la primera sílaba, Ibi saltó justo detrás de él y Sofi lo hizo más en respuesta al salto de Ibi que por reconocer la palabra. Cuando salen a flote se pasan la mano por la cara como para escurrirla, se ríen y se dicen cosas que no llego a entender. La nueva tanda está formada por Iván, Mili y Agos:
—¡Macarrones! ¡Vainilla! ¡Puerro! —cae Mili traicionada por la reacción— ¡Mandaraca! —cae Iván en el agua y en la trampa— ¡Tomate! —se tira Agos.
Iván sale desesperado del agua para discutirme que “Mandaraca” no es nada y que hice trampa. Yo re respondo que sí, que es un pueblo al sur de Truncamehué, en la provincia de Misiones donde están las cataratas. Iván me mira con los ojos entrecerrados. Todavía se rinde ante el aura de sabiduría absoluta que, para los chicos, tenemos los grandes. Pero no logré convencerlo de todo. Agos, salió contenta del agua diciéndoles a Iván y a Mili que ella había ganado. Yo le dije que ella también se equivocó porque se tiró cuando dije “tomate” y el tomate no es una fruta. Entonces los tres, ya fuera del agua, con alguno más que se suma al reclamo, me dicen que el tomate es una fruta y yo insisto en que no. Por osmosis o por solidaridad gremial o por diversión, gran parte del grupo que estaba sentado en el borde, escuchó y se suma a la discusión asegurando que yo me equivocaba. Entre ellos Mateo que dejó su timidez esperando al próximo salto y me dice que yo soy un burro con patas, que no sé nada, y se suma a las ocurrencias de los demás que, siguiendo de cierta forma la premisa del juego, me empiezan a llamar con diferentes frutas: “andá, mandarina”, “no sabés nada, kiwicito”, “Manzanota” —dice Mili si esforzarse en enhebrar el sustantivo con alguna frase graciosa.
—Paren, paren. Vamos a calmarnos —digo y de inmediato todos hacen silencio—A ver, Mateo, prestame atención.
Mateo me mira sin estar seguro si lo que estoy por decirle va a ser un reto o un chiste.
—Pero escúchame bien, ¿eh? —asiente con la cabeza— ¿alguna vez comiste una ensalada de fruta que tuviera tomate? —lo miro fijo un instante y me alejo del borde hacia el centro de la pileta— ¡Vamos! ¿A quiénes le toca ahora?
Vuelven de inmediato los gritos, los reclamos, las discusiones entre ellos, las risotadas. Algunos se quedaron suspendidos por un segundo en una duda angustiante. Gaspar, Lucre y Luli se acercan al borde y se preparar para tirarse.
—¡Lechuga! ¡Café! ¡Cocina! ¡Frutilla!
Lucre reaccionó primero, pero con muy poca diferencia entre Gaspar y Luli así que cuando salen les digo que fue un empate. Es el turno de Mati, Noah y Mateo, que elige el lugar más cerca del vértice de la pile. No tiembla, pero da pasos muy cortitos como si el piso estuviera enjabonado. Me acerco y le extiendo los dos brazos. Él solamente me agarra uno, el izquierdo, con bastante fuerza. Mati y Noah esperan la seguidilla de palabras en una posición más pronta a la zambullida. Siento cómo las gotas que se escurren por el brazo de Mateo terminan haciéndolo por el mío.
—Va, eh: ¡Milanesa! ¡Alcaucil! ¡Alcaparra! ¡Pelón!
Noah perdió el equilibrio en Alcaparra y Mati tardó unos instantes en reconocer al pelón como fruta. Mateo, comenzó su gesto para saltar en la palabra “Alcaucil” y terminó en el agua cuando dije “Pelón”, después de Matías.
—¡Bien, Mate, buen salto!
Esta vez sí saltó y el flota no impidió que se sumergiera por un segundo. Mateo sale a la superficie mientras que con los brazos encuentra de inmediato el borde. Está agitado y sonriente. Se seca la cara y no pregunta si ganó. Está recuperando el aire y mientras mira las gotas que desde su cabeza caen al agua. Yo miro el reloj y me doy cuenta que me quedé corto. Ya tenemos que salir de la pileta y me queda un gustito amargo porque me hubiera gustado hacer algunas pasadas más.
—Bueno, papas fritas, nos tenemos que ir.
—No, profe, dale ¡una más! —se quejan todos, pero principalmente Mili que encabezaba la fila que le tocaba tirarse.
Yo me siento un Rocksart cuyo público queda encendidísimo después del último tema. Pero ya está entrando la otra colonia a la pileta y después soy yo el que se queja cuando no se respetan los turnos.
—Última tirada, pero sin el juego. Se tiran de la forma que quieran y van nadando hasta la parte baja y salimos por ahí.
Me pego al lateral de la pileta y espero, mientras veo cómo se tiran, espero con un eco de ansiedad la reacción de Mateo. La mayoría eligió la forma de la bomba para la última zambullida. Les encanta ese pequeño desorden que generan alrededor y cuánta más agua logran salpicar, más se lo festejan sus compañeros. Solamente Noah y Uli se tiran de clavado y palito respectivamente. Mateo esperó a que pasen todos y se acercó al borde sin dejar de mirar el agua. Los demás ya están llegando al otro extremo donde los espera la profe que los hace salir. El resto de los grupos ya están afuera del agua, armando la fila mientras se secan, se sacan las antiparras y siguen las conversaciones que empezaron en la pile o en algún lugar.