No hay manera de que Lolo o Manuel quieran ser mancha. Hay algunos otros que tampoco lo fueron hoy, pero me empecino un poco con ellos dos porque son quienes ponen de manifiesto no querer serlo ¿no saben, acaso, que alguien tiene que ser la mancha para que el juego funcione? ¿No saben que no pueden jugar solamente en el rol que les gusta? Evidentemente no, y por eso, entre otras cosas, son niños.
El grupo es nuevo para mí. Solamente estoy suplantando a un profe y en lo que va del año —estamos en Octubre— nunca faltó, así que es probable que no vuelva a ver a este grupo al menos hasta la colonia de verano si es que alguno se anota. No debería hacerme tanto problema, No querés ser mancha, no seas, podría pensar y desligarme de la cuestión. Pero son poquitos en el grupo, apenas seis, y los otros cuatro no parecen tener problema con el cambio de roles, con perseguir y ser perseguidos, les da igual y hasta quizás disfrutan de ambas tareas. Pero Lolo y Manuel no. Me da la sensación de que creen estar perdiéndose de algo si son mancha. O a lo mejor no quieren exponerse a la posibilidad de no conseguir atrapar a nadie. Desde muy chicos estamos en contacto con la frustración, desde los primeros pasos tememos al ridículo, evitamos la exposición de lo que nos cuesta.
El juego se llama “mancha semilla” y ya lo jugaron en clases anteriores con su profe: si el que persigue toca a alguien lo transforma en semilla y para que pueda volver a correr algún compañero tiene que regarlo. Tanto la forma de la semilla como la acción del regado pertenece al campo de la imaginación de cada chico y aunque hay varias coincidencias (por ejemplo todos mueven los deditos en una imitación vaga de la lluvia cuando riegan sobre algún compañero-semilla) algunos se lucen con semillas tan comprimidas que no ven cuando son regados. Lina, Matías y Libertad, fueron manchas voluntarias en cambio Lolo y Manuel esquivaron el rol todo lo que pudieron hasta que les pregunté directamente y dijeron que no con una brisa de rechazo dibujada en la cara.
¡Alto!, grité, todos para acá. Siempre que quiero decirles algo los llamo y me siento en el piso. Es una señal que nunca me falla para convocarlos a formar una ronda en cualquier parte de la canchita. Agitados, sucios y despeinados, vienen hacia mí con la misma velocidad que usaron para correr de la mancha. Todavía no tienen necesidad de dosificar sus esfuerzos.
—Les hago una pregunta: ¿qué pasaría con este juego si nadie quiere ser mancha?
Ninguno responde, se miran entre ellos, Santiago se levanta y corre hacia una pared, lo llamo y vuelve a sentarse; Lolo le murmura algo a Manuel, Lina y Libertad me miran fijo.
—Hasta ahora yo fui mancha, Lina, Libertad y Mati también, pero ahora nadie más quiere ser mancha ¿cómo seguimos?
—Puede una gallina ser mancha —responde Manuel y todos le festejan la ocurrencia.
—¿Trajiste una gallina?
—Sí, acá está —dice mientras me extiende su mano que sostiene a la supuesta gallina.
—Tenemos un problema: esta gallina tampoco quiere ser mancha —respondo.
—¿Y esta? —Lina me extiende también la mano con una sonrisa y los ojos encendidos por la picardía. Varios hacen lo mismo y me veo de pronto rodeado de gallinas imaginarias.
—No, ninguna quiere serlo, ya les pregunté —respondo y agrego—para este y la mayoría de los juegos es necesario que todos pasemos por todos los roles ¿De quién vamos a correr si nadie nos corre?
Hacen silencio y piensan, o pienso que piensan, se miran entre ellos, a mí, a las paredes, juegan con los pedacitos de caucho del césped sintético.
—Lolo ¿te animás a ser vos ahora la mancha? Yo te ayudo, somos los dos.
—No quiero.
—¿Manu? ¿Te animás?
Niega con la cabeza. No estoy consiguiendo lo que busco y por un segundo pienso en abandonar la misión y pasar al siguiente juego, pero hago un último intento:
—Qué pena, va a ser aburrido jugar a la mancha sin mancha. A parte es un ratito nada más que nos toca pasar a cada uno a ser mancha. Mati, por ejemplo, fue un ratito re chiquito, después le dije a Lina y también Lina cambió rápido con Libertad ¿En serio no se animan?
—Yo soy.
El que habló fue Lolo. Lo dijo bajito, poco convencido, tal vez esperando que yo no lo haya escuchado y posiblemente arrepintiéndose del arrojo. Lo tengo, es un instante que hay que reacción rápido y no dejar pasar.
—Listo, Lolo es la mancha en tres, dos uno, ¡va!
Todos se levantan de un salto y salen disparados en diferentes direcciones escapando de Lolo que, lógicamente, corre solamente a Manuel.